Para la mayor parte de América Latina, los años ochenta fueron una década perdida, caracterizada por el estancamiento económico y la carga agobiadora de una deuda externa que limitaba el acceso a los mercados financieros internacionales. El ingreso per cápita medio en la región declinó un nueve por ciento entre 1980 y 1990. La inflación en varias de las economías más grandes sobrepasó en 1990 el 1.000 por ciento; cabe notar que solamente un puñado de las economías pequeñas tenían cifras de un solo dígito.
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